Pedacitos del calor de España para no desfallecer

Pedacitos del calor de España para no desfallecer

El 30 de enero de 1832 nació en el Palacio Real de Madrid la segunda y última hija del rey Fernando VII y su terminante mujer. El feliz acontecimiento se celebró con la representación de Los enredos de un curioso, un melodrama lírico jocoso en dos actos que fue compuesto, entre otros, por el que sería profesor de música de aquella niña morena que acababa de nacer, Pedro Albéniz. La representación tuvo lugar en el Real Conservatorio de Música y Declamación que había fundado dos años antes su madre, María Cristina de Borbón Dos Sicilias. El papel en la Historia de España de esta italiana de mirada franca y afectuosa es muy superior al reconocido por la historiografía general. Me atrevo a insinuar que desafió a su pueblo con un “no sabrás jamás por qué sonrío”, penetrando en la profunda seducción de todo aquello que es ambiguo.

Tras tres matrimonios tan aplaudidos como estériles, al elegir a la que debía darle por fin un heredero al trono, Fernando VII fue rotundo, dejando claro con auténtico casticismo exótico cuál era su voluntad: “¡No más rosarios ni versitos, coño!”. El deseo de alegrarse sus últimos años retumbó sonoramente en el universo como inapelable orden divina. Una joven italiana de su misma sangre cumplió con el axioma de reina bella, joven, dulce, latina y dueña de una elemental dosis de egoísmo, que marcaría profundamente la Historia de España. La boda tuvo lugar el 21 de diciembre de 1829. Los partidarios del infante don Carlos sostenían los derechos de éste a la Corona en el caso de que el rey muriera sin sucesión masculina. Su desconcertante reinado supuso la transición entre el antiguo régimen y el nuevo sistema. En aquel período, religión y filosofía se disputaban la supremacía, en una lucha por mantener o revolucionar los fundamentos básicos de la sociedad. Fue en medio de aquel combate por la supervivencia, por el que los españoles se aferraban a sus sólidas creencias devotas, cuando hizo aparición la nueva reina consorte.

María Cristina de Borbón Dos Sicilias, de formación absolutista, fue rauda en aprender los trucos del poder. El rey Fernando VII delegó en ella amplia potestad para que, en su nombre, pudiera actuar como gobernadora del Reino. Su final estaba cerca. Esta hija de Francisco I de las Dos Sicilias y de María Isabel de Borbón, hermana de su marido, intuía la necesidad de un cierto cambio, pero nada más allá de aceptar un programa en aquel justo medio del que hablaban los afrancesados. Fue el alzamiento de don Carlos y los suyos lo que la obligó a buscar alguna doctrina para defenderse, abanderando entonces el sistema liberal para enfrentarse abiertamente al absolutismo carlista. Se apoyó en todo aquel que estuviera dispuesto a defender los derechos de sus descendientes. Los liberales se adueñaron del régimen de María Cristina, y por eso su causa ganó la guerra civil.

Su actitud general fue en consonancia con la época, en la que se exaltaba el culto a la originalidad y al genio. Sonaba entonces la música de Schumann, quintaesencia del romanticismo, con su lirismo intenso, tensión emocional, naturalidad melódica y pasión amorosa. Se produjo en ese momento una rebelión estética y moral contra el convencionalismo y la mediocridad artística –y literaria- de la incipiente masa, focalizada en las clases medias. Lo mejor del romanticismo fue la obra de los escritores, poetas, pintores y músicos, en una clara ruptura con el racionalismo y el neoclasicismo de la segunda mitad del siglo XVIII.

María Cristina dio a luz a su primera hija, Isabel, el 10 de octubre de 1830. Dos meses antes, el precavido rey hizo que se publicara la Pragmática Sanción, que derogaba el Auto acordado por Felipe V y restablecía la ley 2.ª, tit.15, partida 2ª, por la que podían ser las hembras las que heredaran la Corona, a falta de varones. Poco más de un año después de la llegada al mundo de la futura heredera, lo haría su única hermana. Cuando ésta contaba siete meses, su padre enfermó gravemente. Esta situación fue aprovechada por los partidarios de don Carlos para que firmara un codicilo por el que revocaba la Pragmática, restableciendo el Auto acordado en 1713. Llegó entonces al Palacio de la Granja, donde estaba establecida la Corte, la hermanísima de la reina, también siciliana de carácter indomable, y canceló el famoso codicilo. Echó el acto anulatorio de la Pragmática Sanción a las llamas de la chimenea. El ministro Calomarde, autor del documento, al rescatar la regia decisión, recibió la bofetada más sonora de cuantas hay constancia en nuestros anales. Aquel ministro se inclinó ante la impetuosa y oronda Infanta Luisa Carlota, madre del futuro rey consorte Francisco de Asís, y dijo: “Señora, manos blancas no ofenden…. Se constituyó entonces un gabinete que presidió Cea Bermúdez, en el que se autorizaba a la reina a decidir durante la convalecencia de su marido.

El 20 de junio de 1833 fue jurada Isabel como Princesa de Asturias. Tres meses y nueve días después fallecía su padre, el rey de España. La infanta María Luisa Fernanda tenía un año y medio, una criatura pálida. En aquellos días, las formas de represión coexistían con el liberalismo y las aspiraciones constitucionales. En lo que aquí nos concierne, una vez que se legitimaron de nuevo los tronos borbónicos en Francia, España y Nápoles, las diferencias entre los monarcas dejaron evidencia de nuevas percepciones en la legitimidad dinástica. Austria sustituyó a Francia como principal ídolo polémico, potencia empeñada en el control del marco político italiano, especialmente del Reino de las Dos Sicilias. Aquel lugar, donde los Borbones se habían refugiado durante el período napoleónico, ponía de manifiesto su debilidad interna. El rey Fernando I de las Dos Sicilias estaba casado con la archiduquesa María Carolina de Austria y fue el padre de la princesa María Amelia de las Dos Sicilias, dignísima suegra de la infanta María Luisa Fernanda.

La filosofía política del romanticismo insistía en adaptar la organización a las particularidades de cada nación. Destaca en este sentido Chateaubriand, que deseaba preservar el pasado y su gloria con más vigor que los intereses de las clases medias. Después de la derrota de Napoleón, el magnetismo intelectual francés e inglés alcanzó un enorme éxito en todo el continente, sin limitarse a los liberales conservadores. Respecto al caso francés, diría John Stuart Mill a Alexis Tocqueville en 1840: “El público francés es el más inteligente del mundo (…). Puede comprenderlo todo (…). Esto está muy lejos de ser el caso de los alemanes o de los ingleses, que probablemente tengan más genio original del que hasta el momento han demostrado los franceses, pero cuyas ideas rara vez se abren paso hasta que Francia las refunde en su propio molde y las interpreta para el resto de Europa y a veces aun para el mismo pueblo del cual llegaron primariamente”. España ni se nombra. Claramente, no vivía su mejor momento, tal como escribió, en su Elegía a la patria, José de Espronceda:

Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares,

lloremos duelo tanto.

¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares?,

¿Quién secará tu llanto?

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